Quienes me conocen, saben que profesionalmente, soy una persona de pocas quejas y muchas soluciones; repito muchas veces esa frase de Confucio que dice “Ante cualquier problema no hables, aplica solución, pues quien no aplica solución, ya es parte del problema”, sin embargo, hoy hago una auto-reflexión en mi blog académico.
Biznieto, nieto e hijo de docentes, sin percatarme mucho del camino que se abría ante mí, las Ciencias Náuticas me llevaban ante un mundo insondable y desconocido para mí. Recorrí mares, continentes, ciudades y conocí mucha gente, “incluso personas”, y me convencí sobre todo, de que todas mis férreas convicciones eran solamente relativas, y que una posición fija ante algo, no es más que un eco perdido en el tiempo, de un ser que se niega a evolucionar. Mis verdades eran mentiras para otros en otros sitios, y cosas, de las cuales de solo pensarlas me reía a carcajadas, eran serias e irrefutables verdades para otros: es ese fenómeno al que llamaban Cultura, que no es más que “una suma de interpretaciones” que en la mayoría de casos, no suele servirnos cuatro calles más allá.
Es por eso que no sé cómo ni en qué momento, el viento o las corrientes aprovecharon las buenas mareas para dejarme en esta orilla: La orilla de la ciencia y la investigación; la orilla de quienes, desde nuestras trincheras del conocimiento, aspiramos un futuro mejor para la sociedad en general a través de la innovación, y la generación del conocimiento.
Esto requiere pensar para existir, pero pensar no es premiado, tal vez por esto pienso que la labor docente, siempre ha sido “poco agradecida”, y la de investigador, que va por el mismo carril, también lo es.
Y no es cuestión de lugares, parece que en todo el mundo, enseñar es efectivamente insuficientemente retribuido, sin embargo, investigar, ya varía un poco más dependiendo del lugar de donde te encuentres.
Se exige calidad, y se aportan docentes del mundo empresarial, a quienes se nos conoce “profesores asociados”, tenemos una contratación parcial, y una remuneración un poco menos que modesta, y aportamos frescura intelectual a la academia, ya que aunque somos académicos, el día a día de la “industria” a la que pertenecemos, nos mantiene actualizados para poder llevar esa información casi siempre novedosa a las aulas de clase.
A cambio, ni nosotros, ni nuestros familiares tenemos muchos derechos; orillados a contratos temporales, que nunca sabes si renuevan o no, mientras se le roban horas a la familia para preparar clases o corregir exámenes, mientras suena el móvil de la empresa, porque ha habido algún problema urgente que solucionar; y como si se fuese de pie en un bote sin cubierta, sin nada a lo que aferrarse, no nos queda otra alternativa que capear los temporales, para que las olas del sistema no nos deje encallados en las rocas de la mediocridad a donde pareciera que quieren a toda costa arrojarnos, y así como podemos, logramos dejar en las aulas y en los “papers” lo mejor de nosotros…
Es solo una reflexión… ser docente… desde hace generaciones… merecería ser mejor considerado…
Me viene a la mente una frase... y la rae me la define: Decepción: Pesar causado por un desengaño.
Dr. Jesús E. Martínez Marín